Ascetismo Cristiano: rompiendo el poder destructivo del consumismo
Ha sido mi experiencia a través de quince años de servicio del sacerdocio que los problemas personales y familiares encarando a los cristianos son en gran parte intensificados por el consumismo que caracteriza a la mayoría de la vida estaoudinense contemporánea. Así como he venido a apreciar los aspectos psicológicos y religiosos de esta influencia, también me he venido convenciendo cada vez más de la inestabilidad social y económica que el consumismo está promoviendo. Aunque yo no soy un teólogo académico o un teórico social, mi entrenamiento en teología y experiencia pastoral me sugiere que se está haciendo imperativo para la Iglesia el desarrollar una respuesta concreta al peligro espiritual y temporal que se está difundiendo.
En este artículo yo propongo examinar la estructura del poder destructivo del consumismo y el indicar algunas estrategias particulares de la tradición ascética cristiana que puedan ayudar a romper esta dominación.
La inestabilidad del consumismo: pérdida de tiempo, satisfacción y seguridad
Dadas las limitaciones de mi entrenamiento, yo no podría proveer un análisis económico del consumismo, pero debo verlo existencialmente, exami-nando sus efectos desde una perspectiva filosófica y teológica. Por "consumismo" no me refiero a un "mercado libre" o a una economía "capitalista" (aunque estas podrían tomar una forma de consumismo). Yo quiero decir más bien un orden social y económico basado en la creación sistemática del deseo de poseer bienes materiales y éxito personal en cada vez más grandes cantidades. El consumismo promete "una vida mejor" a todos aquellos que trabajan cada vez mas fuertemente, pero yo creo que en realidad lleva a una inestabilidad social y económica que tiende a destruir al sistema del consumismo y sus adherentes.
Una de las quejas dominantes expresadas por mis parroquianos - una queja que el consejo espiritual generalmente ha confirmado como real - es la falta de tiempo. Parejas casadas y familias encuentran que hay poco tiempo para estar juntos, actuando entre ellos debido a que están muy ocupados siguiendo los agitados calendarios de sus vidas. Ellos se apresuran de la cama al trabajo o a la escuela, luego a sus actividades vespertinas y de nuevo a la cama. Ellos trabajan sobre tiempo, participan en numerosas actividades extra curriculares en la escuela, y atienden a tantos numerosos eventos sociales como pueden apiñar en sus calendarios. El resultado es que ellos a menudo roban una hora o más de sueño cada noche. Ellos están crónicamente cansados y cuando en raras ocasiones encuentran tiempo libre ellos probablemente se sienten exhaustos frente a la televisión, los videos, o la computadora.
Este estilo de vida es reconocido instantáneamente por casi todos nosotros. Es un estilo de vida poco hospitalario al tipo de tiempo y la interacción personal que es verdaderamente descansado y restaurador. Es un mundo en que la oración, la vida espiritual, la Iglesia, y Dios son a menudo nombrados entre la miríada de eventos que deben ser encajados en la vida diaria, en vez de tomar su lugar correcto mientras giran las bisagras de la vida diaria. Muchos parroquianos sienten que hay algo malo en sus vidas, pero ellos no pueden solucionar el problema. ¿Por qué?
Una parte significativa de la respuesta, yo creo, cae en la forma que la sociedad del consumismo juega en la inherente debilidad de la caída naturaleza humana. El consumismo crea y nutre el deseo humano por bienes temporales y por el sentido de bienestar que la adquisición de aquellos bienes puede proveer. Estamos condicionados a nunca estar satisfechos con suficiencia, pero de ser "todo lo que puedes ser" a través del interminable desarrollo de talento y productividad. Por supuesto que este condicionamiento tiende a alimentar los deseos egoístas del cuerpo y el alma. Nos gusta el sentir la "buena vida" y la satisfacción que viene de ser el centro del mundo que hemos creado. Nuestro egoísmo y amor al confort nos hace más fácil de aceptar el dictum de que "más es mejor." Nuestras voluntades desordenadas están rápidamente entrenadas para digerir el principio de "obsolescencia planificada" por la que aprendemos es perder la satisfacción de lo que ya tenemos y de querer más.
Por lo tanto no podemos descansar con lo bueno, sino encontrarnos siempre esfor-zándonos por más. Tendemos a ver el "ajustarnos a lo menos" como flojos, derrotistas, de comportamiento irresponsable y a identificarlo con fracaso personal. Cónyuges o parientes que se ajustan a lo menos son considerados como culpables de fallar al amor como debieran por que no están proveyendo en la "mejor forma posible" por la familia. "Suficientemente bien" es por definición nunca suficiente.
La lascivia del consumismo, por una vida mejor está desestabilizando inherentemente nuestras vidas personales y económicas. Puesto que no estamos satisfechos con los bienes que poseemos y puesto que nuestra autoestimación está conectada a nunca ajustarnos a lo menos, debemos siempre estar ganando y adquiriendo mas. Puesto que trabajamos más horas, llenamos nuestras vidas con cada vez más actividades que nos actualizan, e incrementamos nuestros gastos para que podamos tener una mejor vida ahora. En esta forma somos esclavos de nuestra satisfacción, tiempo, y dinero - duros maestros de empresa que no permiten descanso. Este consumismo imperativo para adquirir, yo creo, explica otra característica preocupante de la vida contemporánea estadouni-dense: ahorrar menos e incrementar la deuda. En la economía del consumismo el ingreso disponible es gastado para satisfacer los deseos y la imagen personal para artificialmente inflar el estilo de vida propio, el valor, y la condición cuando debería estar propiamente dedicado a proveer para las necesidades futuras de la familia y para los pobres.
Para el hogar consumista la pregunta presupuestal no es ya más cuanto puedo permitirme pagar por un carro, casa, vacación, o ropa, sino cuanto puedo pagar mensualmente para esta compra.
En este proceso la propiedad privada cambia de ser un deposito de riqueza acumulada que provee un grado modesto de seguridad económica a ser una fianza para préstamos utilizados en mantener un estado de vida que excede los límites del nivel real de productividad propia. Por lo tanto, además de ser un esclavo de la satisfacción, tiempo, y dinero, uno se vuelve un esclavo de sus resultados: crédito, y el sistema financiero construido en esta base.
En una trágica paradoja, cuanto más consumista se convierte una persona, cuanto más, pero es dueña de menos y está menos satisfecha. Esto desestabiliza radicalmente la vida personal y comunitaria.
La inhumanidad del consumismo: alienación y miedo.
El consumismo permite crecer a un estilo de vida verdaderamente diabólico. El trabajo y el uso del capital se supone que brindan estabilidad personal, familiar y financiera a través de la posesión. El sistema del consumismo lleva a los participantes a través del trabajo y la especulación financiera (crédito o inversiones) a sostener un estilo de vida artificial que ellos "tienen" pero que no "poseen," por lo tanto impidiendo en principio la mínima estabilidad que se le permite a la propiedad privada. Ellos no pueden descansar o estar seguros en el fruto de su labor por que ellos todavía no son dueños de ese fruto. El consumismo de hoy es como el minero de ayer que no podía responder al "llamado de San Pedro" por que le debía el alma a la tienda de la compañía.
Muchos americanos modernos deben casi todo su estilo de vida al lugar de trabajo y al mercado: sus salarios y cuidados de salud vienen de su empleador, su dinero y su propiedad esta ncomprometidos en sus deudas, y el dinero de su retiro está invertido en fondos mutuales u otros portafolios. Su seguridad financiera proviene de tener algo en que apoyarse durante algún mal periodo económico, sin embargo, mucho de lo que ellos esperan poseer depende por lo menos de una economía de crecimiento modesto. Si la economía colapsa ellos no tienen nada - nada sino deudas que ellos no pueden pagar. Como pueden estas personas esperar en experimentar la estabilidad y seguridad financiera? Añada a esto las andanzas nómades de los negocios y los empleados a través de la nación que ha dejado a muchos vecindarios sin residentes estables y a pocos parientes viviendo en proximidad y uno puede comprender el creciente temor a la vejez consumida en soledad o como una carga personal y financiera a la familia y a la comunidad.
Aquellos que se han dado al estilo de vida del consumismo no pueden dar adecuada prioridad al descanso, recreación, gozo, u oración.
Ellos sencillamente no tienen tiempo, energía, o seguridad para hacerlo. Ellos viven con un miedo interno que los obliga a ir hacia adelante en un esfuerzo sin fin para asegurar lo que no es asegurable: sus estilos de vida irreales. Aun si logran poner a Dios en algún lugar en el esquema de las cosas, están todavía atrapados, porque Dios no debe ser tratado como un bien más entre otros: El es el único Dios, la fuente trascendente de todo bien. Nosotros simplemente no podemos servir al Dios de Abraham, Isaac, y Jacob a menos que lo amemos con todo nuestro corazón - no solamente que lo pongamos a El primero en la lista.
Ni tampoco podemos amarnos a nosotros mismos o a nuestros vecinos si no amamos a Dios. El consumista, por lo tanto, no nos puede proporcionar adecuadamente el amor y el servicio a Dios, a sí mismo, su familia, su Iglesia, o su comunidad, porque está esclavizado por la adquisición de una vida mejor. El lastimoso consumista religioso piensa que si solo él trabaja más él podrá "hacer tiempo" para Dios y otros, pero él tiene miedo que cualquier reducción en su agitado calendario es una falla en utilizar los regalos de Dios en proveer por la realización propia de su familia. Por alguna alquimia diabólica, el amor de Dios ha venido a significar el darle gracias a Dios por sus presentes por medio de maximizar la productiva "auto - actualización" mientras que amar al prójimo se ha convertido en proveerlos con bienes de consumo. Uno solo tiene que examinar las finanzas de una típica familia cristiana en E.E.U.U. después de la Navidad para comprobar lo penetrante que se ha introducido esta mentalidad.
Lejos de obtener una mejor vida, los consumistas experimentan alienación u miedo. Siempre esperando más, su sentido de logro es efímero y ellos son ajenos a la satisfacción. Siempre en peligro de perder lo que tienen pero que no poseen, un sentido de urgencia y de inutilidad son sus compañeros constantes. En sus mentes, la paz de "aceptar su suerte" es comprada solo al precio de una rendición humillante a la limitación y al fracaso. Seria más preciso llamar a esto "resignación rencorosa" más que un acto de aceptación. Es una experiencia profundamente alienante.
El lector debe notar que al ofrecer esta crítica de consumismo yo no implico una rememoración de una "edad dorada" de una sociedad agrícola o industrial en la que la posesión de la tierra o una participación en los medios de producción podría ser una compensación contra los "malos tiempos." Yo estoy simplemente indicando que de hecho la estructura única del deseo consumista para una vida mejor crea tipos particulares de alienación e inestabilidad. Estos deseos y temores característicos conspiran muy efectivamente para esclavizar a muchos estaoudinenses modernos al tiempo, dinero, y al sistema del consumismo. El resultado es destructivo de la satisfacción humana y de las sensibilidades religiosas.
Virtud: la cura del consumismo.
¿Que debe hacer la Iglesia en esta situación?
Gente bien intencionada, bautizados en la muerte y resurrección de nuestro Señor, están siendo atrapados por los "poderes elementales del mundo" cuando deberían estar gozando de la libertad de los hijos de Dios (ver Galatas 4: 1 - 9). Si ellos pudieran ver y comprender su empeño, podrían seguir el camino de la gracia fuera de la trampa, pero sus estilos de consumismo los mantienen en un estado tan elevado de actividad y ansiedad que es casi imposible para ellos "de estarse quietos y saber que yo soy Dios." Abogando que la gente utilice más tiempo con Dios en oración podría no tener mayor efecto o impacto significativo puesto que añadir Dios y oración al panteón de actividades del consumismo no es suficiente para restaurar la piedad genuina. La comunión personal con Dios debe ser reconocida como la fuente y cumbre de la vida, no reducida a la primera de una lista de "cosas a hacer."
Para ser una ayuda importante, la Iglesia necesita una forma afectiva de confrontar el comportamiento del consu-mismo para que la vida diaria de sus miembros pueda estar nuevamente centrada en Dios. Para encontrar una salida debemos confrontar las raíces morales del comportamiento del consumismo. El consumismo funciona excitando los deseos y animado a satisfacerlos, lo que a su vez lleva a la alienación de los logros personales y al temor de la pérdida.
De acuerdo con la antropología clásica católica (tal como se encuentra en Agustín y Aquino) Hay dos tipos básicos de apetitos: el apetito espiritual expresado en la voluntad y los apetitos corporales expresados en instintos / repuestas asociadas con el confort (concupiscencia) y lucha (ira).
El consumismo entrena a una persona a injustamente querer tener más de lo que se ha ganado o logrado, a abandonarse sin intemperancia al confort de las criaturas, a ciegamente luchar contra satisfacción con el status quo, y a irrazonablemente temer, a pérdida de ese status.
Por lo tanto, si nosotros liberásemos a la gente del consumismo, primero debemos ayudarlos a disciplinar sus apetitos para que ellos puedan estar satisfechos con una suficiencia en el espíritu y cuerpo. En términos de antropología católica, esto significa inculcar las virtudes, especialmente aquellas de justicia (por las cuales uno lega a uno mismo y otros aquello que se ha cumplido) y temperancia (por lo cual uno toma confort / placer apropiado en bienes materiales). Una persona justa y templada no es manejada por las manipulaciones del consumismo o de sus apetitos corruptibles.
Sin embargo, se necesita más que esas dos virtudes cardenales. La teología católica enseña como hecho existencial que ningún hombre tiene éxito completo en vivir virtuosamente por sí solo. El necesita la gracia. Más aun, el consumista necesita un antídoto para su alienación y temor, puesto que no puede descansar hasta que reciba satisfacción adecuada y seguridad en los bienes verdaderos de la vida humana. El está en necesidad desesperada de las virtudes de amor y esperanza por las cual encuentra realización humana autentica en sus relaciones con otros y tiene confidencia apropiada en el futuro. En la persona de Cristo encontramos justamente esa fuente de gracia, amor, y esperanza.
Significativamente Cristo revela la verdad que el amor es un compromiso de uno para con Dios y otros realizado en un auto - vaciado (Kenosis). Más que predicar el compromiso a través de la "autoactualización" o la "buena vida" Jesús se vierte El mismo hacia nosotros en la Cruz .
Solo a través de la comunión con la amante muerte y resurrección de Cristo puede el hombre recibir al Santo Espíritu y la gracia para vivir una vida justa y proba, animada por las virtudes teologales de Fe, Esperanza y Amor.
El Ascetismo Cristiano: el camino a la libertad.
Para confrontar efectivamente el comportamiento del consumismo, entonces, la Iglesia debe inculcar un comportamiento virtuoso vivido en el poder del Espíritu de Cristo. La dificultad con la formación de las virtudes es que ellas no pueden simplemente enseñarse por recetas. Tipos diferentes de personalidades y circunstancias diferentes de la vida diaria hacen imposible proveer una lista detallada de "como" vivir las virtudes. Por supuesto uno puede describir las virtudes y enseñar como difieren de sus vicios contrapuestos, pero uno necesita modelos de virtud y tiempo para practicarlos para poder hacerse virtuoso.
Finalmente, uno necesita la gracia de Dios para avanzar en la virtud. Es aquí donde la Iglesia puede jugar un rol importante: proveyendo de instrucción, modelos, formación continuada, y la gracia de Cristo. La experiencia enseña que una comunidad puede ser un medio muy efectivo para mediar la virtud, y de hecho Cristo establece a la Iglesia precisamente para este propósito: para hacer discípulos.
La Tradición Cristiana nos provee con comportamientos específicos que fomentan la justicia y la templanza necesaria para resistir los falsos deseos excitados por el consumismo y que simultáneamente alimentan el amor y la esperanza requeridos para sanar las heridas del consumismo.
Estos comportamientos son las disciplinas espirituales que contienen el ascetismo cristiano e incluyen una gran variedad de medios concretos por los que los cristianos a través de los siglos han puesto en práctica su nueva vida en Cristo. Yo quisiera sugerir tres prácticas como particularmente efectivas en enfrentar los vicios del consumismo: la vida penitencial, la honra del Sábado, y el ofrecimiento del diezmo.
Considere a la penitencia. Es un medio poderoso de transformación porque es un ejercicio del amor divino que ha sido conferido a cada cristiano renacido en la muerte y resurrección de Jesús. Unido a Cristo por este amor y lleno del Espíritu Santo, el Cristiano está preparado para seguir el camino del autovaciado del amor de Cristo por medio del cual El entregó su vida como presente de sacrificio a Dios por el bien de Su hombre semejante. Tradicionalmente, esta kenosis personal de los cristianos ha sido entendida como una continuada conversión (o metanoia) que comprende tres tipos de acciones: ayuno (o auto negación), oración, y limosnas (o trabajos de misericordia). En esta vida penitente el cristiano busca responder al amor de Dios efectuando el autovaciado de Cristo en la vida diaria. A través de la autonegación el cristiano le da la espalda a los deseos no esenciales de su voluntad y su carne, contentándose con la voluntad de Dios por su vida. A través de la oración él busca aun una más profunda reunión con Dios y la gracia para perseverar en el angosto camino del amor. A través de los trabajos de misericordia el cristiano no solo comparte los bienes materiales con otros, sino que se vierte a sí mismo por ellos.
La Iglesia forma discípulos, principalmente, a través de la predición, ejemplificando, nutriendo, y coordinando esta vida comunal de penitencia. Por su propia naturaleza esta vida lleva a la forma de vida cristiana lejos del siempre creciente seguimiento egoísta del estándar de vida y hacia el desinteresado amor de Dios y prójimo. Al establecer prácticas especificas en las que la comunidad entera emprende la autonegación, la oración, y los buenos trabajos, la Iglesia podría fomentar una santidad autentica que libera a sus miembros del cautiverio del consumismo. Los cristianos a su vez humanizarían a la sociedad en que viven, especialmente al traer amor y esperanza a un mundo caído.
Tal cristiandad no es ni un opio ni una revolución; es un testigo profético radiando de la Iglesia que transforma a sus miembros y a todo el mundo.
Considere el Sábado. En una cultura activista y de consumismo, el Sábado grava el espacio para Dios y otros, un tiempo de descanso del trabajo, adquisición, y consumo para gozar de relaciones personales los frutos de la tierra. El agitado programa de eventos, que hace que el "tiempo," vuele, se rompe al saborear el tiempo con otros en la creación de Dios. El descanso del Sábado puede ser una experiencia vivificadora de"Kairos" (la "plenitud del tiempo", tal vez análoga a la ilusión de "calidad de tiempo" del consumismo). Más que una experiencia cansada del "cronos" (tiempo medido, gastado o "muerto"). El tiempo del Sábado viene solo a un precio - uno "salva" o "redime" este tiempo al no usarlo para ganancia material, trabajo servil, u otras búsquedas del consumismo. En nuestra situación corriente, esto significa que el horario de la semana entera necesitaría ser arreglado alrededor del Sábado. En el momento que la gente arreglase las actividades diarias con el objeto de honrar el Sábado, el día del Señor se convertiría de nuevo en el centro desde que todo el tiempo es medido y asignado. Aun en casos en que se requiere que un cristiano trabaje el domingo, es posible reconocer el domingo con alguna forma especial de culto y apartar algún otro día para el descanso del Sábado. Mantener el Sábado como un límite efectivo que sería puesto en la productividad y la oportunidad sería creada por medio de fomentar relaciones con Dios y otros.
Ofreciendo el diezmo tiene un efecto similar al de honrar los Sábados. Para poder dar 10% a los trabajos de Dios la gente no puede gastar todo en sí mismos. Para encontrar un 10% en un presupuesto sobreextendido del consumista significa que el entero estilo de vida tendría que cambiar. El presupuesto mensual tendría que cambiar y girar en cierta forma alrededor del diezmo. Por lo tanto, un límite en el gasto tendría que ser establecido para darle primero a Dios lo que es de El. Esto creería una situación en que uno es invitado a aprender que el ingreso no significa que debe ser gastado solamente para expandir el estilo de vida de uno y que una contabilidad debe ser realizada por cada centavo ante Dios.
Las familias en mi parroquia que han tomado los dos pasos concretos para honrar el Sábado y ofrecer el diezmo informan que el efecto neto es que transforma a sus familias y su entendimiento del tiempo y el dinero.
El dar un día de su trabajo y un décimo de sus ingresos les enseña que todo su tiempo y dinero le pertenece a Dios. Para poder honrar el Sábado y el diezmo se deben acordar continuamente que todas las actividades y gastos deben estar relacionados a lo que Dios intenta de ellos en una semana dada. Ellos aprenden que algunas cosas no se harán y algunas compras no se podrán hacer, pero que está bien por que los recursos limitados de tiempo y dinero deben ser utilizados de acuerdo a la voluntad de Dios. Resumiendo, ellos empiezan a desarrollar un sentido de Providencia. Ellos experimentan que sus vidas están en las manos de Dios, no en las manos de las circunstancias, y que no necesitan ser todo "lo que ellos pueden ser" sino solo lo que Dios quiere que sean. Esta es una experiencia de Amor y Esperanza.
Ellos aprenden a estar satisfechos con los bienes que poseen a través de la búsqueda de hacer la voluntad de Dios al adquirir y gastar en los bienes que El les ha confiado. Ellos pueden encarar el futuro con menos temor por que han empezado a vivir en la confianza de Su Providencia. Esto crea no solo el tipo de contento personal desconocido por el consumismo, sino que también hacen posible alcanzar un nivel modesto de seguridad económica que el consumismo no puede lograr.
Estar contento con menos significa tener la posibilidad de ahorrar parte de los ingresos para el futuro en forma de posesiones que son realmente propias.
Conclusión
Yo he sido testigo del bienestar espiritual y material de familias que han seguido el camino ascético hacia la libertad del consumismo. Este es un camino no seguido fácilmente y uno que en mi experiencia ha sido seguido exitosamente por aquellos que se dedicaron a honrar el Sábado, ofrecer el diezmo, y vivir una vida penitenciaria.
La lección que me han enseñado a mí es que al crear un ambiente que anima al ascetismo la Iglesia puede proveer un soporte muy necesario y dar una visión a aquellos que pueden ser atrapados por el consumismo. Mucha de nuestra gente se quiere salir, ellos simplemente no pueden comprender el problema o visualizar la solución por sí mismos. Lo maravilloso de estas prácticas ascéticas es que aun sin comprenderlas totalmente una persona puede actuar con ellas y ser ayudado por ellas.
Como los buenos hábitos que nuestros padres trataron de inculcar en nosotros, este comportamiento nos ayuda mucho tiempo antes de que podamos apreciarlo totalmente. Ellos combaten al consumismo en sus raíces de deseo y temor; ellos nos fuerzan a revalorizar nuestro propósito en la vida, nuestro uso del tiempo, y de nuestro uso del dinero. Cuando se emprenden con aun una módica buena voluntad en respuesta a la gracia de Dios, el ascetismo rinde una muy rica cosecha.
Como el autovaciado de Cristo en la Cruz en la que participa, el ascetismo es un escándalo y una locura para el mundo. Pero para aquellos que creen es el poder y sabiduría de Dios transformando al mundo.
Trabajador Católico de Houston, Vol. XXI, No. 2, marzo-abril, 2001.