Monday, July 21, 2008

Una Economía Local

Wendell Berry





El sistema económico aquí descripto coincide con las recomendaciones del Movimiento Trabajador Católico y de G.K. Chesterton; ha sido llamado distributismo y está íntimamente ligado al personalismo y a las encíclicas sociales pontificias.

Empecemos aceptando algo que parece indiscutiblemente cierto: lo que llamamos "crisis ambiental" es un dato típico de nuestra época. Los problemas de contaminación, extinción de especies, pérdida de parques salvajes y de tierras de cultivo pueden ser realidades despreciadas, pero en ningún caso negadas.

El interés por estos problemas ha adquirido cierta importancia, cierta posibilidad para discusión, en la prensa y en algunas instituciones científicas, académicas y religiosas.

Esto está bien, por supuesto: obviamente no podemos esperar resolver los problemas sin incrementar la información y el interés público. Pero en una era tan cargada de "publicidad", tenemos que darnos cuenta de que en cuanto esos asuntos suben en la popularidad también sube el riesgo de la sobre simplificación. Hablar de este peligro es especialmente necesario al confrontar nuestra destructiva relación con la naturaleza, que es el resultado, en primer lugar, de la sobre simplificación.

La "crisis ambiental" ha acontecido porque la contaminación generada por ciertas actividades económicas está en conflicto en casi todos sus puntos con las reglas de la naturaleza. Hemos construido nuestro medio ambiente bajo el supuesto de que el ambiente natural es simple y puede ser utilizado simplemente. Hemos presumido durante los últimos 500 años que la Naturaleza es solo un proveedor de "materia prima", y que podemos usar esos materiales sin riesgo, solamente tomándolos. Este tomar, conforme han crecido nuestros medios técnicos, ha consistido siempre en menos reverencia o respeto, menos gratitud, menos conocimiento local, y menos habilidad. Nuestras metodologías de utilización de tierras se han alejado de nuestros viejos intentos de imitar los procesos naturales, y cada vez más los hemos asemejado a la metodología de la minería, aunque la minería se ha hecho con sus técnicas mucho más brutal y agresiva con la naturaleza.

Así podemos preguntarnos: ¿estaríamos equivocados si tratamos de corregir lo que percibimos como problemas "ambientales" sin antes corregir la sobresimplificación económica que los ha causado? Esta sobresimplificación es ahora una cuestión de comportamiento corporativo o de comportamiento bajo la influencia del comportamiento corporativo. Esto es suficientemente claro para muchos de nosotros. Lo que no está suficientemente claro, tal vez para ninguno de nosotros, es nuestro grado de complicidad, como individuos y especialmente como consumidores individuales, en el comportamiento de las corporaciones.

En casi todo el mundo desarrollado la gente ha otorgado el poder a las corporaciones para producir y proveerla de toda su comida, ropa, y habitación; más aún, le están otorgando poderes rápidamente a las corporaciones o a los gobiernos para proveerlos de entretenimiento, educación, cuidado de infantes, cuidado de enfermos y ancianos, y muchos otros tipos de "servicio" que antiguamente eran facilitados informal y espontáneamente por individuos, instituciones o comunidades. Nuestra principal práctica económica, para hacerlo corto, es delegar esas prácticas en otros.

El peligro ahora en este plano sería creer que la solución de la "crisis ambiental" pueda ser meramente política, que los problemas, por ser grandes, puedan ser resueltos por grandes soluciones generadas por unos pocos a los cuales les daremos todo el poder para aplicar los poderes económicos que ya les hemos otorgado. El peligro, en otras palabras, está en que la gente piense que ya han hecho suficientes cambios al alterar sus "valores" o prestarse a un "cambio de corazón" o a un "despertar espiritual", y que tal cambio en los consumidores pasivos ocasionará otros cambios apropiados y suficientes en los expertos públicos, políticos y ejecutivos de corporaciones a quienes les ha delegado sus poderes políticos y económicos.

El problema con esto es que un verdadero interés por la naturaleza y nuestra utilización de la misma debe ser practicada no por nuestros apoderados, sino por nosotros mismos. Un cambio de corazón o de valores sin una práctica es sólo otra forma sin sentido del lujo de una forma de vida de consumo pasivo. La "crisis ambiental", de hecho, sólo puede solucionarse si la gente, individualmente y en sus comunidades, recupera la responsabilidad entregada impensadamente a sus actuales. Si la gente empieza a esforzarse para recuperar su poder, una porción significativa de su responsabilidad económica, entonces su primer descubrimiento inevitable es que la "crisis ambiental" no es tal cosa, no es una crisis de nuestro medio ambiente o de nuestros alrededores; es una crisis de nuestras vidas como individuos, como miembros de una familia, como miembros de una comunidad, y como ciudadanos. Tenemos una "crisis ambiental" porque hemos consentido una economía en la que por comer, beber, trabajar, descansar, viajar, y distraernos pagamos destruyendo lo natural, el mundo natural dado por Dios.

Vivimos, como tarde o temprano tendremos que reconocer, en una era de economía sentimental y consecuentemente de política sentimental. El comunismo sentimental sostiene, en efecto, que todos y cada uno deben sufrir para el bien de los "muchos" que, aunque miserables en la actualidad, serán felices en el futuro por exactamente las mismas razones que los hace miserables en la actualidad.

El capitalismo sentimental no es tan diferente del comunismo sentimental como proclaman los poderes políticos. El capitalismo sentimental en realidad sostiene que todo lo pequeño, local, privado, personal, natural, bueno y hermoso puede ser sacrificado en el interés del "mercado libre" yde las grandes corporaciones que traerán seguridad y felicidad sin precedentes para "la mayoría" en, por supuesto, el futuro.

Estas formas de economía política podrían ser descritas como sentimentales porque dependen absolutamente de una fe política sobre la que no hay justificación, y porque reclaman un cheque en blanco sobre la virtud de los dirigentes políticos y/o económicos.

Ellos buscan preservar la credulidad de la gente en un fondo de virtud política que no existe. El comunismo y el capitalismo de "mercado libre" son ambos versiones modernas de oligarquía. En su propaganda, ellos justifican sus medios violentos en nombre de buenos fines, a los que nunca se alcancan a causa precisamente de la violencia de los medios. El truco está en definir el fin vagamente, como "el mejor bien para las grandes mayorías" o "el beneficio de los más" y mantenerlo a distancia.

El fraude de estas formas de economía oligárquica consiste en su principio de desplazar cualquier beneficio que proponen (lo mismo que sus deudas) del presente al futuro. Su éxito depende de persuadir a la gente, primero, de que cualquier cosa que tengan ahora no es lo bueno, y segundo, de que la promesa de lo bueno cuenta ciertamente con la seguridad de ser obtenida en el futuro. Esto obviamente contradice el principio —común, yo creo, de todas las religiones tradicionales- de que si alguna vez vamos a hacernos el bien el uno al otro, entonces el tiempo para hacerlo es ahora; no vamos a recibir ninguna recompensa por prometer hacerlo en el futuro. Y ambos, el comunismo y el capitalismo, han encontrado estos principios muy embarazosos. Si en la actualidad usted se encuentra ocupado en destruir todo lo bueno a la vista para hacer lo bueno en el futuro, le resultará inconveniente encontrar a gente diciendo cosas como "ama a tu prójimo como a ti mismo". Comunistas y capitalistas "liberales" o "conservadores" por igual han necesitado reemplazar a la religión con alguna forma de determinismo, para poder decirles a sus víctimas, "Yo estoy haciendo esto porque no puedo hacer otra cosa. No es mi culpa. Es inevitable".

La idea de una economía basada en diferentes tipos de ruinas podría parecer una contradicción en sus términos, pero de hecho este tipo de economía es posible, como lo vemos. Es posible, sin embargo, con una condición implacable: el único bien futuro al que nos lleva seguramente es que se destruirá a sí misma. ¿Y cómo disfraza estos resultados ante sus víctimas? Lo hace a través de una contabilidad falsa.

Sustituye la economía real por medio de la que mantenemos (o no) nuestra familia, por una economía simbólica de dinero, que en el largo plazo, debido a las manipulaciones egoístas de los "intereses mayoritarios", no puede dar cuenta ni representar nada sino a sí misma. Y así tenemos ante nosotros un espectáculo de "prosperidad" y "crecimiento económico" sin precedentes en una tierra de granjas y bosques degradados, sistemas ecológicos, cuencas y aire contaminados, familias fracasadas, y comunidades moribundas.

Este absurdo moral y económico existe por causa del presunto mercado "libre" cuyo único principio es éste: las materias primas exportables deberán ser producidas donde los costos sean menores, y consumidas donde obtengan el mejor precio. Producir barato y vender caro siempre ha sido el programa del capitalismo industrial. La idea de un "mercado libre" global es solamente la tentativa, hasta ahora exitosa, del capitalismo para agrandar el alcance geográfico de su codicia y fijar un estado de "derecho" dentro de su presunto territorio. El "mercado libre" global es libre para las corporaciones precisamente porque disuelve las fronteras de los viejos colonialismos y los reemplaza por un nuevo colonialismo sin ataduras ni fronteras. Es muy parecido a que se les prohibiese a todos los conejos tener madrigueras, y se soltase después la jauría.

Una corporación, es esencialmente, una pila de dinero a la cual un número de personas le han vendido su lealtad moral.

El "derecho" de una corporación a ejercitar su poder económico sin moderación está construido por los partidarios del "mercado libre" como una forma de libertad, una libertad política presumiblemente incluida en el derecho de los ciudadanos individuales de poseer y usar la propiedad.

Pero la idea del "mercado libre" introduce en el gobierno una sensación de desigualdad que no está implícita en ninguna idea de libertad democrática: a saber que el "mercado libre" es más libre para aquellos que tienen más dinero, y no es libre para aquellos que tienen poco o están sin dinero. Por ejemplo, una gran corporación que compite "libremente" contra cualquier negocio local privado tiene virtualmente toda la libertad, y sus pequeños competidores prácticamente ninguna.

Para hacer demasiado barato y vender demasiado caro se requieren dos condiciones. Una es que usted debe tener muchos consumidores con dinero sobrante y deseos ilimitados. Por el momento , hay muchos de esos consumidores en los países desarrollados. El problema, fácilmente solucionado por ahora, es simplemente mantenerlos relativamente prósperos y dependientes de la compra de suministros.

El otro requerimiento es que el mercado de trabajo y de materias primas debe mantenerse deprimido respecto al mercado de consumidores de esos productos. Esto significa que la oferta de trabajadores debe exceder la demanda, y que a la economía de utilización de tierras se le permita o se lemotive a sobreproducir.

Para mantener el costo de mano de obra barata, es necesario primero inducir o forzar a la gente del campo en todo el mundo a mudarse a las ciudades —a la manera descrita por el Comité Norteamericano para el Desarrollo Económico después de la Segunda Guerra Mundial- y segundo, continuar introduciendo tecnología de reemplazo de trabajadores.

En esta forma es posible mantener un "fondo" de qente que está en la desafiante posición de ser meros consumidores, sin tierras y también pobres, y que por eso están dispuestos a trabajar por salarios bajos —precisamente la condición de los campesinos migratorios en los Estados Unidos-.

Hacer que las economías agrícolas sobreproduzcan es aun más sencillo. Los granjeros y otros trabajadores en la mayoría de las economías de utilización de tierras en el mundo no están organizados. Están, por lo tanto, sin capacidad de controlar la producción para asegurar precios justos. Los productores individuales deben ir individualmente al mercado y obtener por sus productos el precio que les paguen. No tienen poder para negociar ni exigir. Se ven obligados a no vender en los pueblos y ciudades vecinos, sino a corporaciones remotas y gigantescas. No hay competencia entre los compradores (suponiendo que hubiese más de uno), que está organizados, y que están "libres" para explotar la ventaja de los precios bajos. Los precios bajos animan a l a sobreproducción pues de esta forma los productores intentan cubrir sus pérdidas con "volumen", y la sobreproducción inevitablemente compensa por los precios bajos. La economía agraria por lo tanto entra en un espiral descendente mientras que la economía dineraria de los explotadores entra en un espiral ascendente. Si el agotamiento de la economía en la población que utiliza la tierra se hace tan severa como para amenazar la producción, entonces los gobiernos pueden subsidiarlos, lo que necesariamente que bajará los precios —y así el subsidio a los productores rurales se convierte, de hecho, en un subsidio a las corporaciones compradoras-.

Este tipo de explotación preponderantemente familiar en las economías nacionales y aun coloniales se ha convertido ahora en la "economía global", que es la propiedad de unas pocas corporaciones supranacionales. La teoría económica utilizada para justificar a la economía global es la versión del "mercado libre", sin fundamento y sentimental: la idea de que lo que es bueno para las corporaciones será, tarde o temprano, -aunque por supuesto no inmediatamente- bueno para todo el mundo.

Este sentimentalismo está basado, a su vez, en una fantasía: la proposición que las grandes grandes corporaciones, en una competencia "libre" entre ellas por las materias primas, la mano de obra, y su porción del merado, serán llevadas por si mismas indefinidamente, no sólo a grandes "eficiencias" de manufactura, sino también a mayores ofertas por materias primas y mano de obra y precios bajos para los consumidores. Como resultado, la gente de todo el mundo estará segura económicamente en el futuro. Sería duro objetar tal proposición si fuera verdadera.

Pero uno sabe, en primer lugar, que la "eficiencia" en la manufactura siempre significa que los costos de la mano de obra descenderán mediante el reemplazo de los trabajadores por trabajadores más baratos o por máquinas.

En segundo lugar, la "ley de la competencia" no implica que muchos competidores competirán indefinidamente. La ley de la competencia es una simple paradoja: la competencia destruye la competencia. La ley de competencia implica que muchos competidores, compitiendo en el "mercado libre" final e inevitablemente podrán reducir el número de competidores a uno. La ley de la competencia, para hacerlo corto, es la ley de la guerra.

En tercer lugar, está basada en el transporte barato de larga distancia, sin el cual no es posible mover bienes del punto de origen más barato al punto de más alta venta. Y el transporte barato de larga distancia es la base de las ideas según las cuales las regiones y naciones deben abandonar cualquier medida de autosuficiencia económica y especializarse en la producción para la exportación de las pocas mercancías o la única mercancía que puedan ser producidas a costos más bajos.

La idea de una economía de "mercado libre" global, a pesar de obvias fallas morales y sus peligrosas debilidades prácticas, es ahora la ortodoxia que gobierna esta época. Su propaganda es suscripta y difundida por la mayoría de los líderes políticos, escritores, editorialistas, y otros "constructores de opinión". Estos poderosos han abandonado cualquier idea de autosuficiencia local aun en materia de producción de alimentos. También han abandonado la idea de que un gobierno local o nacional puede en justicia poner trabas sobre la actividad económica con el propósito de proteger a su tierra y a su gente.

La economía global se ha institucionalizado en la Organización Mundial de Comercio, que fue instalada sin elecciones en ninguna parte, para regir el comercio internacional en nombre del "mercado libre" —lo que quiere decir a favor de las corporaciones supranacionales- y para derogar, en sesiones secretas, cualquier ley nacional o regional que entre en conflicto con el "mercado libre". El programa del comercio libre global y la presencia de la Organización Mundial de Comercio han legitimado formas extremas de "pensamiento experto". Se nos ha dicho pomposamente que si Kentucky pierde su capacidad de producir leche a favor de Wisconsin, esto será una "historia de éxito". Expertos como Stephen C. Blank de la Universidad de California han propuesto que los países desarrollados, tales como los Estados Unidos y el Reino Unido, donde la comida ya no puede ser producida en forma suficientemente barata, deberían abandonar la agricultura totalmente.

La locura que alimenta las raíces de esta imprudente economía empezó con la idea que una corporación debe ser considerada, legalmente, como una "persona". Pero el ilimitado poder de esta economía viene precisamente porque la corporación no es una persona. Una corporación es, esencialmente una pila de dinero a quien un número de personas han vendido su lealtad moral. Como tal, a diferencia de una persona, una corporación no envejece. No llega, como todas las personas finalmente lo hacen a la realización de lo corto y pequeño de la vida humana; no llega a ver el futuro como la vida de los hijos y de los nietos de nadie en particular. No puede experimentar la esperanza y el remordimiento personal, ni cambiar de corazón. No puede humillarse. Realiza sus negocios como si fuera inmortal, con el sólo propósito de convertirse en una pila aún más grande de dinero. Los accionistas son esencialmente usureros, gente que "hace que el dinero trabaje para ellos", esperando grandes pagos de retorno haciendo que otros trabajen por bajos salarios. La Organización Mundial de Comercio exalta la vieja idea de la corporación como persona al atribuirle a la economía corporativa global la condición de un supergobierno con poder de regir sobre las naciones-. Yo no quiero decir, por supuesto, que todos los ejecutivos corporativos y accionistas son malas personas. Sólo estoy diciendo que todos ellos están implicados muy seriamente en una mala economía.

Sin saltos bruscos, entre la gente que quiere preservar cosas que en sí no son dinero —por ejemplo, la capacidad nativa de cada región de producir bienes esenciales- se abre paso una creciente percepción de que la economía global de "libre comercio" es inherentemente enemiga del mundo natural, de la salud y libertad humanas, de los trabajadores industriales, de los trabajadores rurales, y más aún, que es inherentemente un enemigo del buen trabajo y la buena práctica económica. Yo creo que esta percepción es correcta y que puede ser demostrada una lista de las suposiciones implícitas en la idea de que las corporaciones deben ser "libres" para comprar barato y vender caro en todo el mundo. Tanto como yo puedo entenderlas, estas suposiciones son las siguientes:

Que las relaciones estables y de preservación entre las personas, lugares y cosas no importan y no tienen ningún valor.

Que las religiones y culturas no tienen ningún interés práctico ni económico.

Que no hay conflicto entre el "mercado libre" y la libertad política, y tampoco ninguna conexión entre la democracia política y la democracia económica.

Que no puede haber conflicto entre ventaja económica y justicia económica.

Que no hay conflicto entre la codicia y la salud ecológica o corporal.

Que no hay conflicto posible entre interés privado y servicio público

Que la pérdida o destrucción de la capacidad en cualquier parte de producir los bienes necesarios para el consumo no importa y no involucra ningún costo

Que es beneficioso que la subsistencia de una nación o región esté ligada al extranjero, que dependa de un transporte de larga distancia y que esté controlada enteramente por las corporaciones.

Que está bien que la gente pobre en los países pobres trabaje por salarios reducidos para producir bienes para la exportación a la gente rica en los países ricos.

Que no hay peligro ni costo en la proliferación de insectos nocivos exóticos, hierbas, y enfermedades que acompañan al comercio internacional y que se incrementan con el volumen del mismo.

Que la economía es una máquina, de la que las personas son meramente las partes intercambiables. Uno no tiene alternativa sino hacer el trabajo (si hay alguno) que prescribe lel sistema económico, y aceptar el salario que se le prescribe.

Que, por lo tanto, la vocación es un asunto muerto.

Estos supuestos prefiguran claramente una situación de economicismo absoluto, o economía total, en que todo —"especies vivientes" por ejemplo, o el "derecho de contaminar"- es "propiedad privada" y tiene un precio y está en venta. Bajo esa economía total las decisiones significativas e importantes que antes pertenecieron a los individuos o a las comunidades, se han vuelto propiedad de las corporaciones. Una economía total que opera internacionalmente, reduce por necesidad los poderes del Estado y de los gobiernos nacionales, no sólo porque estos gobiernos han delegado poderes significativos a una burocracia internacional o porque los líderes políticos se han convertido en trabajadores a sueldo de las corporaciones, sino también porque los procesos políticos —y especialmente los procesos democráticos- son muy lentos para reaccionar ante el descontrol de la economía y de la técnica en una escala global. Y cuando los gobiernos estatales o nacionales empiezan a actuar en efecto como agentes de la economía global, vendiendo a su gente por salarios bajos, y a los productos de su gente por precios bajos, entonces los derechos y las libertades de los ciudadanos necesariamente languidecen. Una economía global es una entidad desenfrenada que obtiene sus utilidades de la desintegración de las naciones, comunidades, hogares, paisajes, y sistemas ecológicos. Esta economía simbólica y artificial "crece" por medio de la destrucción de la verdadera riqueza de todo el mundo.

Dentro de los muchos costos de la economía global, la pérdida del principio de vocación es probablemente el más sintomático y desde un punto de vista cultural, el más importante. La sustitución de la vocación por el determinismo económico que los hechos exteriores de una economía total destruye el carácter y la cultura también desde adentro.

En su ensayo sobre el origen de la civilización en las culturas tradicionales, Amanda K. Coomaraswamy escribió que el principio de la justicia es el mismo en todas ellas: cada miembro de la comunidad debe realizar el trabajo para el que lo ha dotado la naturaleza..." Las dos ideas, justicia y vocación, son inseparables. Es por esto que Coomaraswamy habló del industrialismo como el "mamón de la injusticia", incompatible con la civilización. Es por medio del principio y práctica de la vocación que la santidad y la reverencia entran en la economía humana. Por eso las culturas tradicionales entendieron que "trabajar es orar".

Conscientes del potencial de destrucción del industrialismo y del peligro político representado por las grandes concentraciones de riqueza y poder de las corporaciones industriales y comerciales, los líderes norteamericanos desarrollaron, y por un tiempo utilizaron, los medios para limitar y restringir tales concentraciones, y en alguna forma distribuir con cierta equidad la riqueza y la propiedad. Los medios eran las leyes contra los trusts y los monopolios, los principios de negociación colectiva, el concepto de que debe existir cien por ciento de paridad entre las economías de utilización de tierras y las de manufacturas, y los impuestos progresivos. Entre esos recursos estaba incluido el principio de que para proteger a los productores domésticos y la capacidad de producción es lícito a los gobiernos el imponer tarifas sobre bienes baratos de importación.

Estos medios se justifican por la obligación de los gobiernos de proteger las vidas, el bienestar y las libertades de sus ciudadanos. No hay, entonces, necesidad de exigir a nuestro gobierno que sacrifique la subsistencia de nuestros pequeños agricultores y comerciantes y de nuestros trabajadores, junto con nuestra independencia económica, al "libre comercio" global. Pero ahora todos estos medios o se han debilitado o han caido en desuso. La economía global es ahora el argumento para desprestigiarlos.

A falta de las protecciones del gobierno contra la economía total de las corporaciones supranacionales, los pueblos están como lo han estado muchas veces antes: en peligro de perder su seguridad económica y su libertad, ambas a la vez. Pero al mismo tiempo los medios de defenderse a sí mismos les pertenecen en razón de un principio venerable: los poderes no ejercitados por el gobierno regresan al pueblo. Si el gobierno no defiende las vidas, los intereses y la libertad de su gente, entonces la gente debe pensar cómo protegerse a sí misma.

¿Cómo puede protegerse a sí misma? Parece haber una única forma: desarrollar y poner en práctica la idea de una economía local- algo que un número creciente de personas está haciendo. Por varias buenas razones, ellos están empezando desde una economía basada en la obtención de comida. La gente busca la forma de cortar la distancia entre productores y consumidores, para hacer las conexiones más directas entre las dos y hacer de esta actividad un beneficio para la comunidad local. Están tratando de alentar el consumo local para preservar la supervivencia de las familias y de las comunidades de granjeros. Quieren usar a la economía local para darle a los consumidores influencia sobre el tipo y la calidad de su comida, y para preservar y realzar los paisajes locales. Quieren que todos en la comunidad local desarrollen un interés directo y a largo plazo en la prosperidad, salud, y belleza de su tierra.

Presumo que hay una línea válida de pensamiento capaz de llevarnos desde la idea de la economía total a la idea de la economía local. El primer punto de esa línea quizás sea el reconocimiento de nuestra propia ignorancia y vulnerabilidad como consumidores en la economía total. Como tal consumidor, uno no sabe la historia de los productos que utiliza. ¿De dónde, exactamente, vinieron? ¿Quién los elaboró? ¿Qué toxinas se utilizaron en su producción? ¿Cuáles fueron los costos humanos y ecológicos de producirlas? ¿Y, luego, de eliminarlas? Estas preguntas no pueden ser fácilmente contestadas, y tal vez no lo son de ninguna forma. Aunque uno está comparando entre una asombrosa cantidad de productos, se le niegan ciertas alternativas significativas. En tal estado de ignorancia económica no es posible escoger productos que fueron producidos localmente con ciertas ventajas para la gente y la naturaleza. Tampoco es posible para estos consumidores influir sobre la producción para mejorarla. Para ser consumidor en una economía total, hay que ser totalmente ignorante, totalmente pasivo, y totalmente dependiente de los suministros distantes y del interés propio de los proveedores.

Pero, tal vez, alguien reaccione y comience a preguntarse: ¿qué hay ahí, que hay en mí, que pueda llevarnos a algo mejor? Desde el punto de vista local, uno puede ver que la economía del "mercado libre" global es posible sólo si las naciones y las localidades aceptan o ignoran la inestabilidad inherente a la economía de la producción basada en la exportación y a la economía del consumo basada en las importaciones. Una economía de la exportación está más allá de la influencia local, y también lo es la economía de importación. Y un transporte de larga distancia barato es posible sólo si se cuenta con combustible barato, paz internacional, control del terrorismo, prevención del sabotaje, y solvencia de la economía internacional.

Tal vez alguien comenzara también a ver la diferencia entre un negocio local pequeño que debe compartir el destino de la comunidad local y una gran corporación extraña que se ha establecido con indiferencia por la suerte de la comunidad local y que puede llegar a arruinar a ésta.

Hasta donde yo puedo ver, la idea de la economía local descansa en sólo dos principios: vecindad y subsistencia.

En un vecindario viable, los vecinos se preguntan a sí mismos qué pueden hacer o proveer los unos a los otros, y encuentran respuestas que ellos y su lugar pueden permitirse.

Esto, y nada más, es la práctica del vecindario. Esta práctica debe ser, en parte, de caridad, pero debe ser también económica, y la parte económica debe ser equitativa. Hay una caridad significativa en los precios justos.

Por supuesto, todo lo que se necesita localmente no puede ser producido localmente, pero un vecindario es una comunidad, y una comunidad viable está hecha de vecinos que aprecian y protegen lo que tienen en común.Este es el principio de subsistencia. Una comunidad viable, como una granja viable, protege sus propias capacidades de producción. No importa productos que puede producir por sí misma. Y no exporta productos locales hasta satisfacer todas las necesidades locales. Los productos económicos de una comunidad viable se entiende que pertenecen a la subsistencia de la comunidad o que son sobrantes, y sólo lo que es sobrante se considera apto para ser vendido afuera. Una comunidad, si es viable, no piensa producir sólo para exportar, y no le puede permitir a los importadores utilizar la mano de obra barata y bienes de otros lugares para destruir la capacidad local de producir bienes que son necesarios localmente. En caridad, más aún , debe rehusarse a importar bienes que son producidos al costo de la degradación humana o ecológica en otros lugares. Estos principios se aplican no sólo a las localidades, sino a las regiones y a las naciones también.

Los principios de vecindad y subsistencia serán denunciados por los globalistas como "proteccionismo" —y eso es exactamente lo que es. Es un proteccionismo justo y bueno porque protege a los productores locales y es el mejor seguro de suministros adecuados para los consumidores locales. Y la idea de que las necesidades locales deben ser saciadas primero y sólo los sobrantes exportados, no implica ningún prejuicio contra la caridad hacia la gente de otros lugares ni contra el comercio con ellos. El principio de la vecindad en el hogar siempre implica el principio de la caridad afuera. Y el principio de subsistencia es de hecho la mejor garantía de dar sobrantes para el mercado. Este tipo de proteccionismo no es "aislacionismo".

Alberto Schweitzer, que conocía bien la situación económica en las colonias de África, escribió hace cerca de sesenta años:

"Cuando el negocio de la madera es bueno, reina una hambruna permanente en la región de Ogowe pues los campesinos abandonan sus granjas para cortar tantos árboles como sea posible." Y Schweitzer coincide conmigo: "Esa gente podría lograr verdaderas riquezas si pudiera desarrollar su agricultura y comercio para cubrir sus propias necesidades". En vez de eso, produjeron madera para exportar a la "economía mundial", que los hizo dependientes de bienes importados que compraron con el dinero de sus exportaciones. Abandonaron sus modos locales de subsistencia, y se impusieron un estándar falso de demanda extranjera ("tantos árboles como sea posible") de sus bosques.

Así quedaron dependientes de una economía sobre la que no tienen control.

Tal fue el destino de la gente nativa bajo el colonialismo africano en la época de Schweitzer. Y es también, y sólo puede ser ése, el destino de todos bajo el colonialismo global de nuestros tiempos. La descripción de Schweitzer de la economía colonial de la región de Ogowe no difiere en el fondo de la economía rural actual de Kentucky o Iowa o Wyoming. Una economía total, prácticamente hablando, es un gobierno total. El "comercio libre" que desde el punto de vista de la economía financiera trae un "crecimiento económico sin precedentes", desde el punto de vista de la tierra y su población local, y al final, desde el punto de vista de las ciudades, significa destrucción y esclavitud. Sin economías locales prósperas, la gente no tiene poder y la tierra no tiene voz.

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