Monday, July 21, 2008

Un Fragmento de la obra Camino de Roma

Hilaire Belloc





Mientras contemplaba aquel río rompiéndose contra las viejas piedras, y mientras llegaba a la mitad de mi cigarro, una campana empezó a repicar y me pareció que todo el pueblo corría hacia la iglesia. Me sorprendió mucho, porque no estaba acostumbrado a la devoción unánime de una localidad entera, y el ver a todos los hombres, mujeres y niños de un lugar considerar el catolicismo como cosa indisputable era nuevo para mí. Deposité, pues, cuidadosamente mi cigarro bajo una piedra, encima del parapeto, y me uní a los fieles, que iban a vísperas.

Los pueblerinos cantaban a coro, en un latín con más resabios alemanes que franceses; y era grato oír a mujeres y hombres entonar ese noble saludo a Dios, que empieza: Te, lucis ante terminum...

Mi alma quedó prendida y transfigurada en aquel acto colectivo, y por un momento comprendí claramente lo que es la Iglesia católica, y recordé lo que había sido Europa y reflexioné en el paso de los siglos. Perdí allí la actitud de dificultad y combate que para nosotros, los ingleses, va siempre asociada a nuestra fe católica. Las ciudades se disiparon en mi imaginación y se apartaron de mí los tráfagos modernos. Salí en medio de los feligreses, bajo el atardecer fresco y despejado. Encontré mi cigarro bajo la piedra, lo encendí de nuevo y, entregándome a reflexiones aún más profundas que antes, medité en la índole de la fe. Índole que por sí misma engendra en principio una reacción y una indiferencia. Los que no creen en nada y sólo piensan y juzgan no pueden comprender esto. Pero los demás, mientras estamos en la plétora de la juventud, invariablemente rechazamos la creencia y nos damos por contentos con las cosas naturales. Y somos durante mucho tiempo como hombres que siguieran las barrancas de una montaña, olvidando las cumbres y sin verlas siquiera. Pasan años antes de que lleguemos a la seca llanura, y entonces miramos atrás y vemos nuestra verdadera morada...

¿Qué es, pensáis vosotros, lo que nos hace volver a ella? Yo creo que es el problema del vivir; pues cada día y cada experiencia del mal requieren una solución. Tal solución nos la proporciona el gran plan que por fin recordamos. Volvemos a la infancia... Pero no intentaré explicarlo, porque no soy capaz de ello; sólo sé que los que volvemos padecemos mucho; porque se abre un abismo entre nosotros y muchos compañeros. Estamos perpetuamente en minoría, y el mundo empieza casi a hablar un lenguaje extraño; nos estorba la maquinaria humana de una revelación perfecta y sobrehumana; nos inquieta sobremanera su seguridad, nos alarma, y nos exponemos a tomar decisiones violentas.

Y esto es lo más duro: que la fe empieza a hacernos abandonar la antigua manera de apreciar las cosas. Vemos las cosas desde dentro, y la misma índole de la fuerza social nos parece cambiada. Y esto es duro cuando a uno le han gustado los puntos de vista comunes y sólo es feliz entre sus semejantes.

Lo que resulta también muy amargo es que debemos reanudar la terrible lucha para reconciliar dos verdades y para preservar la sagrada libertad cívica a pesar de la estructura de la religión, y no negar lo que es ciertamente verdad. Es difícil tener que aceptar los misterios y ser humilde, pero siempre hay que aceptar la lucha.

Me incorporé lentamente y volví, en la oscuridad, hacia la plaza del pueblo, pensando en la lamentable flaqueza de los hombres que creen la fe demasiado grande para ellos y la aceptan como una carga pesada. Y, fijos los ojos en el suelo, continué meditando, y me dije que es gran cosa haber amado a una mujer desde niño, y buena cosa también perseverar siempre en la fe para no tener que retornar a ella más tarde...

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